
El Día del Ahijado no podría serlo sin las famosas y dulces macetas que los padrinos les regalan a sus ahijados. Nadie sabe de dónde viene la pasión de los vallecaucanos por el dulce. Los caleños mismos dicen que son dulces por tradición, que comen gelatina durante el paseo de olla los domingos, la melcocha y el cholao de Jamundí. El azúcar debe correr por sus venas. Igualmente, los cuerpos de las mujeres caleñas bailando se comparan a caña de azúcar que se mece en el viento.
Algunos investigadores consideran que junto con la incorporación de la caña de azúcar en el Valle, a la gastronomía entró el melao (panela derretida con unas gotas de agua) que históricamente era una receta árabe. Otros dicen que el melao blanco estaba muy popular entre los esclavos que moldeaban de él unas figuras a través de las cuales representaban sus vivencias.
El nombre "maceta" viene de su parecido a una "rama que empieza a florecer". La maceta es un palo de maguey que contiene figuras elaboradas en azúcar: caballos, peces, leones, payasos, pájaros, delfines y está adornado con papelillos de colores. En la actualidad, además de las dulces figuras tradicionales, se están incorporando nuevas tendencias de muñequitos de dibujos animados que están de moda, como por ejemplo: Chicas Superpoderosas, Nemo y Shrek.
Esta dulce tradición tan propia del Valle del Cauca desde hace siglos alimenta los sueños y la imaginación de los ahijados que saben perfectamente que los últimos días de junio, el padrino o la madrina tienen que llevarlos a la Loma de San Antonio, donde se venden las originales macetas caleñas.
El historiador Óscar Gerardo Ramos cuenta, a partir de la memoria colectiva, que una esclava llamada María, quien vivía en el barrio San Antonio de Cali, estaba triste porque no tenía qué regalarle a sus hijos el día de San Pedro y San Pablo. A su puerta llegaron dos caballeros que le enseñaron a preparar el melao de azúcar y a realizar con él las pequeñas figuritas con las que elaboró la primera maceta. Sus hijos empezaron a correr con ella por toda la colina despertando la curiosidad de los vecinos, quienes le copiaron la idea. Esos dos hombres eran los apóstoles. En San Antonio, precisamente, habitan las familias Otero, Ayala, Rebolledo y Riascos, las más buscadas por estos días por la forma cómo trabajan sus macetas, cuya elaboración es todo un secreto.
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